viernes, 7 de enero de 2011

Y dijimos adiós.

Y ahí estaba yo. Sumida en la penumbra, en el negro de mi habitación. Rodeada de silencio en la quietud de mi cama. Únicamente perturbada por el vaivén de mis pensamientos, que de forma irrefrenable cruzan mi mente a una velocidad de vértigo. Desde lo más nimio a lo más importante. Poco a poco, repaso el día de hoy, hasta que de forma inevitable todo acaba donde más temía.

Es tiempo de preguntas, de no respuestas, de intriga y de pensamientos callados. De ganas de saber, pero de miedo a la verdad.

Tumbada boca arriba, acosada por mis pensamientos incesantes. Intento dormir, pero tú no quieres irte. Sólo quieres quedarte y dar mil vueltas por mi mente. Cómo si tuvieras miedo de que te olvidase si no lo hicieras.

Alargo el brazo y miro la hora en el reloj de la mesilla. Las dos y veinticinco de la mañana. Vamos anda, vamos a dormir que mañana hay clase. Te veo mañana en las sombras.

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